
El verdadero liderazgo de un CEO se mide en los momentos de máxima tensión, no en los días de vino y rosas. Una crisis, ya sea económica, reputacional o interna, es el crisol donde se forja o se quiebra la figura del máximo responsable de una compañía. Y es precisamente ahí, cuando la presión arrecia y el futuro parece incierto, donde el poder de la palabra adquiere una dimensión crítica. Un mensaje adecuado puede unir a una plantilla, infundir calma y motivar hacia un objetivo común. Sin embargo, unas pocas palabras mal elegidas pueden ser el detonante del caos, la desconfianza y la desintegración moral de toda una organización.
La comunicación en tiempos de zozobra no es un arte, sino una ciencia de la empatía y la responsabilidad. El equipo no espera que su líder tenga todas las respuestas, pero sí exige honestidad, compromiso y, sobre todo, humanidad. Ciertas frases, a menudo pronunciadas desde un púlpito de nerviosismo o arrogancia, actúan como una toxina de efecto rápido. Un comentario desafortunado puede actuar como una toxina, corroyendo la confianza y sembrando el pánico en la organización de una forma casi irreparable. Estas expresiones revelan no solo una falta de inteligencia emocional, sino también una desconexión peligrosa con la realidad que viven los empleados.
EL ECO DE LA IRRESPONSABILIDAD: «NO ES MI PROBLEMA»

Cuando un CEO pronuncia estas palabras, está dinamitando el pilar fundamental de su rol: la responsabilidad. Esta frase es la abdicación definitiva del liderazgo, una declaración pública de que los problemas, por graves que sean, no le incumben directamente. La plantilla recibe un mensaje desolador, ya que su mensaje implícito es que, ante la primera dificultad seria, él se lava las manos y deja a su equipo a la intemperie. Se trata de un golpe mortal a la cultura corporativa, quebrando la cadena de confianza que debe unir a todos los estamentos de la empresa, desde la base hasta la cúpula directiva.
El efecto en la plantilla es devastador y genera una peligrosa reacción en cadena. Si la persona al mando, el CEO que debe marcar el rumbo, no asume los desafíos como propios, ¿por qué debería hacerlo un empleado? Se instala una cultura de la indiferencia, donde nadie se siente impulsado a dar un paso al frente para solucionar las adversidades que puedan surgir. Cada departamento se convierte en un silo aislado que solo mira por sus propios intereses, desapareciendo por completo el sentido de equipo y el objetivo común, justo cuando más se necesita para superar la crisis.
LA FALSA FORTUNA: «SOIS AFORTUNADOS DE TENER TRABAJO»
Esta expresión es una de las más tóxicas porque se disfraza de realismo, pero en el fondo es una amenaza velada. En un contexto de crisis, recordarle a la gente su supuesta suerte por no haber sido despedida es un ejercicio de poder mezquino que aniquila la motivación. En lugar de inspirar gratitud, genera un ambiente de miedo y resentimiento, donde los empleados sienten que su esfuerzo no es valorado, sino que su permanencia pende de un hilo. Un líder que recurre a este chantaje emocional demuestra una profunda falta de empatía y una visión cortoplacista de la gestión de personas.
Un equipo que trabaja bajo el yugo del miedo nunca será un equipo innovador ni comprometido. La creatividad y la proactividad nacen de la seguridad psicológica, no de la intimidación. Un CEO que utiliza este tipo de lenguaje está fomentando una cultura de supervivencia individualista, donde el principal objetivo de cada empleado es pasar desapercibido para no ser el siguiente en caer. Esta estrategia, lejos de fomentar la lealtad y el esfuerzo extra, invita a los mejores talentos a buscar una salida en cuanto el mercado se lo permita, dejando a la empresa con una plantilla desmotivada y temerosa.
EL MURO DE LAS «SOLUCIONES» SIN ESCUCHA
La famosa frase «no quiero excusas, quiero soluciones» es un cliché del liderazgo autoritario que resulta contraproducente en una crisis. Al pronunciarla, el directivo cierra de golpe todos los canales de comunicación ascendente, que son vitales para entender la raíz de los problemas. Las «excusas» que el líder desprecia son, en muchas ocasiones, la información crítica sobre los obstáculos reales que impiden avanzar, como la falta de recursos, los procesos ineficientes o los problemas de coordinación. Negarse a escuchar este feedback es como navegar a ciegas en plena tormenta.
Un CEO verdaderamente eficaz no exige soluciones mágicas, sino que fomenta un diálogo honesto para construirlas de forma conjunta. En lugar de cortar la conversación, su labor es preguntar, indagar y comprender el «porqué» detrás de cada contratiempo. Un líder que escucha activamente a su equipo, convirtiendo las supuestas excusas en datos para el análisis, no solo demuestra respeto por sus profesionales, sino que obtiene una visión mucho más clara y precisa del terreno que pisa. Solo así se pueden diseñar estrategias realistas y efectivas para superar las dificultades.
LA LÁPIDA DE LA INNOVACIÓN: «SIEMPRE LO HEMOS HECHO ASÍ»

En medio de una crisis, que por definición es un escenario nuevo y desafiante, aferrarse al pasado es el camino más rápido hacia el fracaso. Esta frase es la declaración de muerte de la agilidad y la adaptación. Un líder que se atrinchera en los viejos métodos, demuestra una incapacidad alarmante para entender la naturaleza cambiante del entorno, enviando a su equipo el mensaje de que la innovación y el pensamiento crítico no son bienvenidos. Es una barrera mental que impide a la organización evolucionar y encontrar nuevas vías para sobrevivir y prosperar.
El papel de un CEO en tiempos turbulentos es precisamente el de desafiar el statu quo y abrir la mente de la organización a nuevas posibilidades. La crisis obliga a repensar estrategias, optimizar procesos y buscar soluciones creativas que antes no eran necesarias. Un líder que responde con un «siempre lo hemos hecho así», está reconociendo implícitamente que no tiene las herramientas para afrontar el nuevo paradigma. Fomenta la parálisis y el conformismo en un momento en que la empresa necesita más que nunca dinamismo, experimentación y valentía para probar caminos inexplorados.
LA AMENAZA FINAL Y EL COSTE HUMANO CIEGO
Frases como «si no te gusta, ahí está la puerta» o «reduciremos costes, cueste lo que cueste» representan la forma más descarnada de deshumanización en el liderazgo. La primera es un ultimátum que destruye cualquier atisbo de debate o discrepancia constructiva, instaurando un régimen de autocracia. La segunda, convierte a los empleados en meras partidas contables, ignorando por completo el impacto humano de las decisiones y el valor intangible que aportan las personas a la organización. Ambas sentencias revelan a un directivo superado por la situación que recurre a la autoridad más bruta.
Un equipo no puede remar unido si su capitán amenaza con tirar a la gente por la borda a la primera de cambio o les trata como cifras en una hoja de cálculo. La verdadera fortaleza de un CEO se demuestra gestionando la crisis con la cabeza y con el corazón. Esto implica tomar decisiones difíciles, sí, pero comunicándolas con transparencia, empatía y respeto. Un líder que en los peores momentos, entiende que su principal activo es el talento y el compromiso de su gente, no solo logrará superar la tormenta, sino que construirá una organización mucho más fuerte y resiliente para el futuro.